Nunca voy a olvidar ese día, era julio de 2024, el sol pegaba fuerte en la costa ecuatoriana en la ciudad de Salinas y el mar estaba más inquieto de lo normal. Yo estaba ahí, parado frente al agua, con el corazón latiendo a mil por hora. Representaba a Tungurahua, mi provincia, y sabía que tenía una oportunidad única: hacer historia.
Competí en la prueba de aguas abiertas, 5 km, en la categoría prejuvenil. Desde el primer metro sentí que todo el entrenamiento, las madrugadas, las repeticiones, los días de frío en Ambato, todo valía la pena. Me enfoqué, respiré profundo y me lancé.
Durante la carrera, las corrientes me exigieron al máximo, pero cada brazada me acercaba a mi meta. Cuando crucé la línea final y escuché que había ganado el oro, en un duelo mano a mano de infarto, no lo podía creer. ¡Primer lugar! ¡Campeón nacional! Y lo más emocionante: el primer nadador de Tungurahua en lograrlo en esta disciplina.
Aunque estaba agotado, la emoción me llenaba de energía. Me abracé con mi familia, y aunque mi entrenador no puedo asistir conmigo yo sabía que el estuvo a mi lado en cada brazada que di, y sentí que todo lo que soñé se estaba cumpliendo.
Ese día entendí que la fe, la disciplina y el amor por lo que uno hace pueden llevarte muy lejos. Ahora, en 2025, estoy entrenando para subir de categoría y buscar más medallas. Sé que no será fácil, pero si algo aprendí en ese mar, es que los límites están para romperse.